Días después de haber dado a luz y tener a su bebé sano en brazos, Liza Baila decidió contar al mundo cómo fue su experiencia de parto. Una historia que, aunque no se desarrolló como la había planeado, terminó siendo una lección de amor, aceptación y fe.
Su parto estaba previsto para la primera semana de mayo, pero la vida tenía otros planes. Contó que la noche antes se miré en el espejo, se despidió de su barriga y lo que no sabía es que, horas después, estaría dando a luz.
El 13 de abril a las 4:00 de la madrugada rompió fuente. Despertó a su esposo, quien le recordó algunos pasos que aprendieron en un curso de preparación para el parto que habían hecho juntos. Explicó que las contracciones eran intensas y cada vez más seguidas. Todo parecía avanzar muy rápido y a las 7:00 a.m. ya estaban en la clínica.
“Llegué a 9 de dilatación, pero el bebé no bajaba. No se encajaba, no se veía. Sentía que estaba ahí… pero no descendió”, relató. Optó por tomar la epidural, lo que le permitió resistir más horas de trabajo de parto, pero el bebé seguía sin colocarse.
Finalmente, en horas de la noche, los médicos decidieron intervenir: las contracciones eran demasiado fuertes, y el bebé empezaba a mostrar signos de estrés.
“Lloré. No quería cesárea, yo quería parir. Pero entendí que era lo mejor. Acepté la voluntad de Dios”, dijo Liz.
Su bebé nació sano y fuerte. El motivo por el que no bajaba quedó claro en quirófano: el cordón umbilical tenía dos vueltas alrededor del cuello y era demasiado corto. Afortunadamente, era grueso y no llegó a comprometer su oxigenación.
“Gracias a Dios todo salió bien. Él está sano, yo estoy bien”, dijo.